Santa Mónica: Faro de fe y amor maternal

Mónica de Tagaste, la madre de San Agustín, es una figura destacada entre un grupo de mujeres del siglo IV, a quienes la Iglesia siempre estará agradecida. El Papa Benedicto XVI la elogió en Castelgandolfo, refiriéndose a ella como una mujer que vivió ejemplarmente su misión como esposa y madre. Fue su apoyo constante lo que ayudó a su esposo Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y el poder del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien.

Mónica nació en Tagaste, África del Norte, alrededor del año 332. Aunque deseaba una vida de oración y soledad, sus padres la casaron con Patricio, un hombre de temperamento difícil y alejado de lo espiritual. Durante treinta años, Mónica soportó sus estallidos de ira y comportamientos problemáticos, pero nunca permitió que levantara la mano contra ella.

Su hijo mayor, Agustín, fue una preocupación constante para ella. A los 17 años, quedó huérfano y sus acciones comenzaron a preocupar aún más a Mónica. Adoptó creencias y prácticas de la secta maniquea, alejándose aún más de la fe cristiana. Sin embargo, Mónica no era una madre débil; cuando escuchó a Agustín argumentando falsedades contra el cristianismo, lo llegó a echar de su casa y cerrar las puertas.

La persistente Mónica siguió a su hijo hasta Roma, y luego hasta Milán, donde finalmente presenció su conversión al cristianismo a través de la influencia del obispo Ambrosio. Agustín se convirtió después de 17 años de resistencia, y la muerte de Santa Mónica fue la inspiración para las Confesiones de San Agustín, una obra emocional dedicada a la memoria de su madre.

Hoy en día, la Iglesia considera a Santa Mónica como un ejemplo de mujer cristiana, una madre abnegada y preocupada por el bienestar de su familia en medio de las adversidades. En Verbum, puedes encontrar algunas obras de su hijo, San Agustín, tales como las Confesiones y Ciudad de Dios. Descubre la sabiduría y la inspiración que nos brindan estos testimonios de fe y amor.